Evocación de los larguísimos veranos escolares gracias a unas fotos encontradas en Tumblr. El pistoletazo de salida era la recogida de notas, el factor principal para que las vacaciones resultaran maravillosas o teñidas con la culpa de los suspensos y sus consecuencias. A lo largo de esa etapa he tenido más de los últimos. Se acrecentaba la necesidad de aprovechar al máximo las horas en las que nadie se acordaba de ese detalle. Los libros pasaban el día esperando la hora de la siesta, el comedor de la casa de veraneo era el lugar de la tortura. Los «cates» cobraban vida y te recordaban que el maldito septiembre llegaría. El calor de las cuatro de la tarde y la semipenumbra de las contraventanas entrecerradas, invitaban a dormirse como un tronco. Inexplicable que mis padres pensaran que alguien estudiaría en ese ambientillo.
En aquél comedor había cosas interesantes que observar. La vitrina donde quedaba recogida la vajilla que sólo usaban los mayores. Con interesantísimas tazas de café, platitos de colores, platos floreados… Aquí es donde le cogí el gustillo a la porcelana en general.
Los nenes comíamos, cenábamos y desayunábamos con un tempo y un espacio diferente. O sea, en la cocina y siempre antes que los mayores, supongo que para ellos poder disfrutar tranquilamente de lo que tocase en ese momento. En su descargo reconozco que al ser siete hermanos la idea de compartir mesa con todos nosotros la descartaban por completo. Y ahora pasado el tiempo, lo comprendo.
La vajilla de la cocina transmitía bien la idea de si se rompe no pasa nada, total es loza corrientita y reponible… Y ahí es donde le cogí el gustillo a la loza en general.
Los cacharros de la cocina de aquella casa tenían abolladuras muy llamativas porque allí todos eran de aluminio y el baqueteo que se les metía era de aúpa. Cómo me gustaría que alguno se hubiera conservado, me vendrían bien para las fotos del blog! Y ahí es donde le cogí el gustillo a las cacerolas y sartenes en general.
Era muy agradable desayunar en la cocina, de forma anárquica y sin horario estricto, con tiempo para no perder detalle de las cosas que habían traído del mercado -se iba tempranísimo a la compra para evitar los calores- y ahí es donde cogí el gustillo por los ingredientes prometedores.
Aquella cocina era verdaderamente interesante, a pesar de las quejas constantes sobre sus incomodidades… en definitiva era sólo para el verano. Y ahí es donde cogí el gustillo por las cocinas con alma.
A principio de vacaciones los días pasaban despacio (ahora, ni eso) tal vez es porque no viajábamos a ningún lado. Durante el mes de julio mi padre se iba cada mañana a trabajar a Madrid. Volvía a la hora de comer, disfrutaba del jardín por la tarde y así evitaba el calorazo nocturno de Madrid. No le importaba el madrugón, le compensaba. Y ahí es donde se me quitaron las ganas de hacerme mayor.
El rollo jardín era un tema curioso, se suponía que era para que los críos disfrutasen, pero le sacaban más partido los mayores que los niños. Por las mañanas los abuelos leyendo los periódicos y no se les podía incordiar demasiado. A media mañana la hora del aperitivo, que sólo te dejaban coger dos patatitas fritas y a correr.
Y más de una tarde los primos mayores y sus fiestecitas, a las que no te dejaban ni acercar. Y ahí es donde recuperaba las ganas de ser mayor.
Y gracias a ellos descubrir a los Creedence, fue un regalo ya para toda la vida.
Mientras eso sucedía, mis padres y mis abuelos se quitaban de en medio. Paseíto por el pueblo y café ruso en una terraza en la que se encontraban con sus amigos, de tertulia hasta la hora de cenar.
Hubo un año en que mi madre se compró unos zapatos de rayas que debían encantarle, porque se pasó todas las tardes del verano con ellos. Me fascinaron, me envenenó la pasión por los zapatos.
La vida de los mayores discurría plácida y al llegar la hora de tocar retirada casi no se daban cuenta del resumen del día de los niños. Mataduras y picotazos de mosquito que se curaban solitas. El mimo consistía en decirnos, con cariño eso sí, anda bebe agua que ya verás como se te pasa. Y sí, se nos pasaba.
La belleza llegaba otra vez por la mañana. Despertar, abrir las ventanas -en la sierra se duerme con colcha y las contraventanas bien cerradas- y… otro día de sol.
La verdad es que tenía ganas de recordar que los veranos pueden ser tranquilos y largos, aunque sólo sea para los niños. porque lo que es ahora podría resumirlo en una sola imagen:
Buenas vacaciones a los que ya estéis disfrutando.
Un post muy bonito… y qué recuerdos!! Yo creo que los veranos de hoy día ya no son como los de antes ni para los niños.
besos
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Aisha, es como decía Rilke: la infancia es la patria de cada uno!
Bss!
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Precioso post, me ha encantado y me ha traído muchos recuerdos de mis veranos en Guadarrama, donde se han quedado a vivir mis padres. Aunque en mi caso no había hermanos…
Y ah… ¡La Creedence!, genial!!!, uno de mis grupos de cabecera
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Uoops, en Guadarrama mantita para dormir seguro seguro! La de veces que habíamos ido a la Boca del Asno a bañarnos, era excursión fija cada verano.
Y Creedence…» no hase falta desir nada más»
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